Una investigación realizada en el norte de Italia expone la relación entre inseguridad laboral y salud mental en las personas de entre 18 a 40 años. Los últimos datos recogen un descenso del desempleo también entre menores de 25, pero la inseguridad laboral sigue primando: contratos temporales, escasa sensación de control sobre el futuro e incapacidad para planificarse la vida es el pan de cada día de una generación que no percibe que su situación vaya a mejorar.
Muchas de las informaciones publicadas en medios que se refieren a jóvenes en las últimas semanas hacen alusión a los rebrotes. Los datos oficiales no concuerdan, en cambio, con el constructo de una especie de masa despreocupada y ajena a la evolución de la pandemia: la tasa de paro juvenil se había disparado en el segundo trimestre y España se colocaba a la cabeza en la tasa de desempleo entre jóvenes, muy por encima de la media europea, según datos del Eurostat. En julio la situación ha mejorado algo entre los menores de 25 años, pero aun así la cifra de parados de esas edades ha aumentado en un 45% con respecto al mismo mes del año pasado.
Más allá de las tasas de desempleo, la sensación de inseguridad y la precariedad laboral derivadas de la crisis del coronavirus se ha multiplicado entre personas jóvenes, algo que ya sucedía antes de la pandemia y que tiene serias consecuencias en su salud, tal y como confirma una investigación de la Universidad de Torino recientemente publicada. En el estudio italiano, investigadores del departamento de Salud Pública encuestaron a unos 500 jóvenes para conocer cómo interactuaban diferentes factores socioeconómicos en la salud mental de esas personas y concluyeron que “la percepción de seguridad laboral parece ser el factor predictivo más importante para la presencia de síntomas de depresión y ansiedad, consumo de alcohol y hábito de fumar”.
INSEGURIDAD CONTINUA
Sergio Salas, investigador de la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB) y miembro del grupo POWAH (Pyshosocial Risks, Organization of Work and Health Research Group) de la institución catalna, contextualiza que, si bien es habitual que los jóvenes de cualquier país concentren trabajos con peores condiciones al acabar de entrar en el mercado laboral —sin contactos ni experiencia—, el problema es que en el contexto español “no es solo que entren desde más abajo, sino que también les cuesta mucho mejorar en términos de obtener contratos fijos. Aún dejando de ser joven, resulta complicado acceder a trayectorias más seguras en el empleo”.
Adriana Català trabaja desde los 15 años, va a cumplir 27 y no sabe lo que es un contrato indefinido. Lleva once años encadenando trabajos —que no contratos, matiza— y no alcanza los tres cotizados
Adriana Català trabaja desde los 15 años: “Empecé en un bar tirando cañas y limpiando”. Ahora tiene casi 27 y no sabe lo que es un contrato indefinido. “En hostelería habré estado en unos 12 sitios diferentes, aparte de tres fábricas, trabajos esporádicos de limpieza en al menos seis casas, cuidado de niños dos veces e impartido clases particulares”, enumera. Resultado: 11 años encadenando trabajos —que no contratos, matiza— y no llega a tres cotizados: “En el último bar que estuve hacía 45 horas semanales y cotizaba ocho”, ilustra Català.
Según los últimos datos del SEPE, menos de un 8% de los contratos firmados en julio por jóvenes de hasta 29 años fueron indefinidos. Consecuencia de la crisis, en total hay un 30% de jóvenes contratados menos que el año pasado. “Nos venden que tenemos muchas capacidades y muchas opciones, pero eso es totalmente falso. Nos movemos en un entorno que apenas no las ofrece”, defiende Elena (nombre ficticio), que acaba de quedarse desempleada. En 2019, la tasa de desempleo juvenil duplicaba la general.
PRECARIEDAD INDEFINIDA, FUTUROS POCO DEFINIDOS
Elena se enteró de que no iba a continuar trabajando en McDonalds cuando fue a pedir sus vacaciones. Con la crisis del coronavirus, los movimientos en la plantilla eran limitados al mantener la empresa a personas en ERTE, así que la asesoría consultó hasta cuándo podría Elena disfrutar de su periodo de descanso. “Me han dicho que tu contrato se acaba en julio”, le anunciaron. Ella no había recibido ningún aviso previo y había encadenado trabajos en la empresa durante cuatro años de manera interrumpida. En esta ocasión estaba cubriendo una baja por maternidad que, cuenta, se iba a convertir ahora en baja por lactancia: “Ofrecieron a la compañera que yo sustituía meterse en ERTE en vez de pedir la baja por lactancia, y ella aceptó, así que yo me quedé fuera”, asegura. “Los expedientes se impulsaron para que no se despidiera a nadie, y a mí realmente me han despedido”, lamenta.
“No puedes tener una vida aparte del trabajo, aunque hagas 20 horas semanales. En McDonalds hacemos jornadas partidas: igual empiezas a las 12 del mediodía y acabas a las 11 de la noche, ¿cómo compaginas eso con una vida o con una familia? Es imposible”, reflexiona Elena
Elena define su situación como precaria y expone que, aunque en su McDonalds no se abusa tanto de la temporalidad, sí se hacen muchas horas extra. “No puedes tener una vida aparte del trabajo, aunque hagas 20 horas semanales. Los encargados sí tienen un turno continuo, pero el resto de empleados hacemos jornadas partida: puedes empezar a las 12 del mediodía y acabar a las 11 de la noche, ¿cómo compaginas eso con una vida, con una familia o con cualquier cosa? Es imposible”, reflexiona.
Català va más allá y reconoce que el haber trabajado tantos años en el sector de la hostelería o de los cuidados ha hecho que, cuando ha encontrado un empleo vinculado a sus estudios —tiene un grado universitario en Periodismo—, le haya invadido la inseguridad y haya sentido miedo al rechazo. Su trayectoria laboral, además, se traduce en que le resulte “complicadísimo” pensar en instalarse con una estabilidad de domicilio o familia: “Es la primera vez en mi vida que tengo una relación estable, he estado siempre viviendo de alquiler y he compartido piso durante 7 años, y me asusta la idea de tener una estabilidad”. No por falta de ganas, “sino porque es algo que escapa de mi experiencia”, dice. Como consecuencia de la inseguridad laboral, apoya Salas, “no puedes planificar a medio plazo un plan de vida en condiciones, porque estás a salto de mata viviendo en el día a día, algo que además afecta a la salud física y mental de las personas”.
EFECTOS EN LA SALUD
Esta última afirmación es lo que prueba la investigación Exploring the possible health consequences of job insecurity: a pilot study among young workers, que a acerca la vinculación entre inseguridad laboral y salud mental y de la que se desprende que la primera “está parcialmente relacionada con el tipo de empleo”: más de la mitad de quienes tenían contrato temporal destacaban la percepción de inseguridad en el trabajo, mientras que nueve de cada diez personas con contrato fijo consideraban que su situación era segura. “La percepción de seguridad laboral se asoció con depresión, ansiedad [más entre mujeres], abuso de alcohol [más entre hombres] y tabaquismo”, expone también el estudio, que hace mención a otro publicado en 2015 en el que una investigadora también concluía que los trabajos temporales tenían efectos negativos en la salud —salvo si al año su situación se hacía indefinida—, especialmente en el caso de las mujeres.
En la investigación italiana, más de la mitad de personas que percibían su situación laboral como insegura (contratos temporales) presentaban síntomas de ansiedad —a diferentes niveles—, mientras que en el caso de personas que percibían su situación laboral como segura (indefinidos) el porcentaje se reducía a la mitad. El abuso de alcohol entre el grupo inseguro era del triple con respecto al grupo que sentía más estabilidad laboral.
También existen otros factores que interactúan en este sentido: “El hecho de no tener a nadie de mi familia en la ciudad en la que vivo desde hace siete años me genera más ansiedad con respecto al miedo de perder un trabajo, porque si no puedo pagar el alquiler, ¿qué hago? ¿Vuelvo a mi pueblo?”. La reflexión de Català es una de las cosas que también se reseñan en el reciente estudio italiano: las personas solteras, con ingresos más bajos o que no viven con sus familiares perciben su situación como más insegura.
“En relación a los jóvenes, encontré que acumulan muchos más contratos temporales y condiciones de trabajo inseguras, y que eran los que más percibían que sus condiciones podían empeorar”, explica Salas
Sergio Salas presentó hace dos años su tesis doctoral sobre inseguridad percibida. “En relación a los jóvenes, encontré que por un lado acumulan muchos más contratos temporales y condiciones de trabajo inseguras [que otros rangos de edad], y que eran los que en mayor grado percibían que había posibilidad de empeorar su salario o modificar sus horarios de trabajo, con lo que presentaban más incertidumbres en este sentido”. En materia de inseguridad percibida, aporta el investigador, pesaba más la edad que el género.
También estudió el aspecto emocional de la inseguridad —“lo preocupado que estás”—, y detectó “que se veía una continuidad entre tener más riesgo y presentar mayor preocupación”. Matiza, en cambio, que “no es una continuidad perfecta”: pudo ver que había grupos —como los mayores de 40— con empleos más seguros pero mucha preocupación a perderlo, dado que “saben que si lo pierden les va a costar mucho encontrar otro con las mismas condiciones”. Esto, concluye Salas, “tiene que ver con lo mucho que cuesta consolidar un trabajo mínimamente digno” en España.
Elena no sabe decir con exactitud cuál es la edad media en el McDonalds en el que trabaja, pero sí se muestra segura cuando apunta que los nuevos contratos en la empresa son para menores de 30.“Quien tienen más años es porque llevan tiempo trabajando ahí”, señala. No le parece extraño: “No es un trabajo para todo el mundo. Las bajas por dolor lumbar o movimientos repetidos de muñecas son muy comunes, porque se supone que tienes que utilizar las dos manos, pero como vas con prisa porque tienes que ir lo más rápido posible, acabas repitiendo esos malos movimientos”. A ello se suma los mencionados horarios partidos y el exceso de horas trabajadas: “Físicamente acabas destrozado, por eso quema tanto este trabajo”.
PANDEMIA: AGRAVANTE Y ¿OPORTUNIDAD?
Con la declaración del estado de alarma, la UAB trabajó junto con ISTAS CC OO en la encuesta COTS, enfocada a conocer de qué forma afectaba la crisis sanitaria y el confinamiento. Concluyeron que, en general, habían sucedido varias cosas: siete de cada diez personas asalariadas temían que disminuyera su salario, a la mitad de trabajadores les preocupaba perder su trabajo y tres de cada cuatro personas mostraba preocupación por no conseguir otro empleo si perdía el actual. “Los datos más recientes apuntan que los jóvenes han sido los más afectados por la pérdida de empleo, han tenido más ERTE y eran los que más repetidamente respondían haciendo alusión a la inseguridad de perder el empleo”, apunta Salas, que también participó en el estudio.
Con el estallido de la pandemia el consumo de psicofármacos se multiplicó. Entre los jóvenes fue donde más se incrementó este consumo, multiplicándose por 3,5
Otro punto que llamó la atención a los investigadores, añade el investigador, era el aumento del consumo de psicofármacos entre las personas más jóvenes: aunque el de jóvenes no era el grupo que más psicofármacos tomaban, sí eran los que más habían incrementado su consumo durante la pandemia, multiplicándose por 3,5 el número de jóvenes que recurría a este tipo de fármacos. Otras investigaciones aportaban cómo los síntomas de depresión y ansiedad se habían cebado especialmente con este grupo. “No sé cómo ha afectado mi situación laboral a mi salud mental, probablemente sí exista una relación pero esté tan acostumbrada a lidiar con ella que no identifique los síntomas, porque la ansiedad está presente en mi vida, pero no sé si es una consecuencia directa de eso”, aporta Català.
A Elena dice que le cuadra que existe una vinculación directa probada entre salud e inseguridad. Un contrato fijo, expone, es lo mejor que te puede pasar, aunque sean menos horas. Ella hace alusión a su rescisión de contrato y opina que una solución para menguar la precariedad laboral entre los jóvenes, al menos en su trabajo, podría pasar por la acción sindical.
Adriana Català dice que si las administraciones se han enfocado en estos años en el empleo juvenil, esas iniciativas no han llegado a su alcance. “Yo he llegado a ir a la asistente social, al Ayuntamiento, al INEM, he hecho cursos… pero nunca me han dado una solución verdaderamente útil para mi situación”, expone. De hecho, la respuesta de los gobiernos regionales tras la pandemia en materia de ocupación juvenil ha sido variopinta: la Generalitat Valenciana convocó cuando acabó el estado de alarma mil plazas de “informadores de playas” para jóvenes entre 18 a 30 años; comunidades como la de Madrid pidieron personas tituladas que hicieran de rastreadores de manera voluntaria. Aunque a Elena lo primero le parece solo un parche, lo segundo una “muestra de incompetencia y de falta de valoración de los recién titulados”.
“La temporalidad en España es muy superior a la de otros países de nuestro entorno, así que lo primero que habría que hacer es ver cuáles de estos contratos temporales son ‘legítimos’ y cuáles se utilizan para disciplinar a la fuerza de trabajo, en este caso a los jóvenes”, defiende Salas
“La temporalidad en España es muy superior a la de otros países de nuestro entorno, así que lo primero que habría que hacer es ver cuáles de estos contratos temporales son ‘legítimos’ por las circunstancias de la producción o del trabajo en sí, y cuáles se utilizan para disciplinar a la fuerza de trabajo y en este caso a los jóvenes”, defiende Salas, que añade que, en ese sentido, reforzar la inspección “sería lo primero”.
Mientras Elena se ha quedado sin trabajo por la pandemia, Català ha encontrado uno en la venta online de una tienda que antes era física. Ni Català ni Elena sabrían concretar con exactitud cuál es la vinculación entre lo precario de su situación y el hecho de que sean jóvenes. Ambas creen que, más que una cuestión de edad, que también, hay otro factor: “No sé si mi inseguridad laboral está tan relacionada a la falta de experiencia como la clase social a la que pertenezco, ya que por falta de contactos y de recursos no he tenido la oportunidad de esperar a encontrar un trabajo mejor y tenido que aceptar casi cualquier cosa para sobrevivir”, concluye.
Fuente: Lis Gaibar en elsaltodiario.com
Foto: David F. Sabadell