¿Sabes lo que es la ‘mierdificación’?

El término fue acuñado por el periodista Cory Doctorow para explicar la deriva de las grandes plataformas de Internet: si alguna vez fueron útiles y amigables, acabarán forzosamente siendo odiosas

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Elon Musk, Mark Zuckerberg y Jeff Bezos. S. JURVETSON/A. QUINTANO/D. OBERHAUS

El universo tiende al caos. La entropía aumenta con el tiempo. En definitiva, todo degenera. Estas leyes inmutables son aún más ciertas en el ecosistema de Internet. En el caso de las plataformas, todo lo que algún día pensaste que era un buen servicio acabará, más tarde o más temprano, dándote asco. Esta tendencia tiene un nombre: mierdificación. El término fue acuñado en inglés (enshittification) por el bloguero y periodista canadiense Cory Doctorow para explicar la deriva inevitable de los gigantes tecnológicos hacia… eso, hacia la mierda.

Su explicación entronca con los postulados más básicos del marxismo: todas las compañías digitales tienen unos inversores (lo que viene a ser la burguesía de toda la vida, gente que no desempeña ningún trabajo y que se lleva la parte más grande de los beneficios) y esos inversores quieren ver crecer el porcentaje de sus ganancias año a año. Esto lleva a las empresas a tomar decisiones que afectan al servicio que dan a sus clientes. Aunque no lo hacen de mala gana, al contrario. Fastidiarlos sólo es una parte más del plan de negocio. Veamos un ejemplo: Netflix lleva mucho tiempo dándole vueltas a cómo monetizar las cuentas compartidas de su plataforma. Primero pensó en añadir un plus a su precio normal. Luego les daba acceso mediante un SMS. Después barajó subir el precio total de la suscripción. También añadir anuncios a los productos de su catálogo. Y en esas sigue, irritando a su parroquia pero sin decidirse por la jugarreta definitiva.

La compañía que ha sufrido más vaivenes de este tipo ha sido Twitter, o X, o como quiera que se llame mañana la red social de Elon Musk. La plataforma cambia un día sí y otro también según las ocurrencias de su dueño. Al poco de hacerse con ella (pagó 44.000 millones de dólares) cambiaba el logo a placer (durante un tiempo, en vez del famoso pájaro azul aparecía una foto de un perro). En pro de la libertad, eliminó los ya de por sí deficientes filtros antibulo. Durante un tiempo dejó de ser pública: los mensajes sólo podían leerlos los usuarios que poseyeran una cuenta. Añadió un precio a la verificación de los perfiles. Cada día inventa algo nuevo en su imparable proceso de mierdificación.

La estrategia de estas plataformas la resumió la escritora Catherynne M. Valente en un artículo titulado «Dejad de hablar entre vosotros y empezad a comprar cosas: Tres décadas de supervivencia en el desierto de las redes sociales». Siempre ha sido así, desde el principio de Internet, en los albores de los años noventa. Todo fue siempre un proceso degenerativo. «Prodigy, Geocities, Collegeclub.com, MySpace, Friendster, Livejournal, Tumblr, Twitter. Y la cuenta sigue. Y seguirá», escribe Valente, que expone toda una lista de agravios recibidos por las redes sociales de las que fue usuaria. Pervierten el sentido original del sitio, lo inundan de publicidad, piden dinero, venden tus datos, se convierten en altavoces del fascismo, etc. «Si creces lo suficiente, como Facebook, todo eso sucede a la vez sin interrupciones en el servicio», añade la autora.

La idea, por supuesto, siempre fue hacer dinero. Lo que ocurre es que la actual desesperación por obtener más y más ganancias está aproximando peligrosamente nuestra experiencia en Internet al precipicio de la repugnancia. Según Cory Doctorow, en un augurio quizá demasiado drástico (u optimista, según se mire), el final lógico de esta deriva capitalista es la muerte de las plataformas en cuestión.

Recientemente, en una conferencia, Doctorow explicaba los tres pasos necesarios para la mierdificación. El primero es acabar con la competencia, «algo que Estados Unidos lleva fomentando los últimos 40 años». Lo fundamental es que todo esté manejado por muy poquitas manos. Así funciona el tinglado. Amazon, por ejemplo, se tomó como una cruzada personal terminar con una web que vendía pañales por Internet. Esta empresa se llamaba Diapers.com y, como le iba bien el negocio, al principio rechazó las ofertas que le hizo el gigante del comercio en línea. Acto seguido, Amazon empezó a vender pañales a precios irrisorios, hasta comprometer la viabilidad de Diapers.com, que acabó vendiendo. Esa fue también la estrategia habitual de Google: «Google inventó un motor de búsqueda espectacularmente bueno hace 25 años. Ese motor de búsqueda le abrió las puertas de los mercados de capital, lo que proporcionó a Google un cheque en blanco para comprar a sus competidores. No importa que todo lo que haya desarrollado la propia Google haya sido un fracaso: su plataforma de vídeos, los globos aerostáticos para ofrecer wi-fi, las ciudades inteligentes, su red social Google+… Ni siquiera pudieron conseguir que su lector de RSS funcionara. Pero nada de eso importa porque pueden comprar las empresas de los demás», explica Doctorow.

::Pasa en Carabanchel::

El segundo paso para la mierdificación se produce cuando las grandes compañías tecnológicas, gracias a su posición de monopolio y a su influencia en la redacción de las leyes, son capaces de cambiar las condiciones de uso de su servicio siempre que quieran. Pueden hacerlo porque el único que se compromete a cumplir lo pactado es el usuario. Ellas no están sujetas a ningún compromiso y pueden cambiar las reglas del juego cuando les apetezca, sin explicaciones, sin transparencia. Y esto afecta a todo: tanto a las leyes sobre privacidad, como a los algoritmos de búsqueda, como, incluso, al precio que deben pagar a los creadores. «Eso convierte a las plataformas –continúa Doctorow– en un casino amañado en el que la cuantía de los premios varía minuto a minuto, con lo que es imposible para los usuarios o los clientes hacerse una idea de cómo conseguir un acuerdo justo».

El tercer y último paso consiste en usar la legislación tecnológica pero no para cumplirla, sino para utilizarla contra los usuarios rebeldes. Por ejemplo, contra aquellos que fomentan la interoperabilidad (algo que todas estas compañías hicieron en sus inicios: así consiguió Facebook drenar MySpace y llevarse a sus miembros). «Cuando se dan estos tres factores, la mierdificación se vuelve inevitable», asegura Doctorow.

Nadie se salva de la ‘mierdificación’

¿Hay algún gigante de Internet que se salve de la quema? Parece que no. YouTube ha declarado la guerra a los bloqueadores de anuncios. Instagram ha cambiado su algoritmo para promover cuentas populares y colar más publicidad. Amazon Prime también empezará a emitir anuncios y sus clientes, que ya pagan por la suscripción, sólo podrán saltárselos pagando más. Disney+ ya ha subido sus precios en España. TikTok, según un artículo publicado en Forbes, hace trampas con el botón «Para ti»: no sólo te recomienda vídeos que el algoritmo calcula que te pueden gustar, también lo hacen, premeditadamente y en secreto, los empleados de TikTok y de su empresa matriz, ByteDance. Esta práctica se llama heating, y está pensada para calentar un vídeo, otorgarle muchas reproducciones de forma artificial y convertirlo en viral. Así pretenden asociarse con influencers y marcas. Todo, por supuesto, sin señalar que se trata de contenido patrocinado.

Como explica Doctorow, cuando TikTok haya enganchado a esos influencers y esas marcas, dejará de calentar sus vídeos. Y una vez enganchados, tocará exprimirlos para los inversores. Mucha gente ha pasado por la misma experiencia en Twitter: cuentas con cientos de miles de seguidores han visto cómo sus visualizaciones bajaban en picado. Sus mensajes, simplemente, no llegaban a su audiencia. ¿Qué tenían que hacer para volver a ser escuchados? Pagar los 8 euros al mes que cuesta Twitter Blue, el check azul, la verificación que antes era gratuita.

En resumen, la mierdificación empieza con una web amigable que provoque la fidelización del usuario. Una vez atrapado, no tendrá más remedio que tragar con algunos cambios negativos. ¿Quién no ha pensado alguna vez en dejar WhatsApp? Sin embargo, muy poca gente lo hace. Allí están todos sus contactos y no quieren perder ese medio para comunicarse con ellos. Lo mismo ocurre, de alguna forma, con Amazon. Cuando la realidad salió a la luz ya era demasiado tarde: los compradores no pueden encontrar lo que les gusta en otros sitios porque esos sitios han cerrado (por culpa de Amazon). Y para los vendedores es igual: ya no pueden colocar sus productos sino es a través de Amazon, que se lleva una enorme comisión por ellos.

Para detener esta deriva y volver al «buen Internet de los inicios» hacen falta, a juicio de Doctorow, leyes contundentes contra los monopolios. Si no, ya lo hemos visto, todas las grandes empresas tecnológicas tienden a la mierdificación.

Fuente: Manuel Ligero en lamarea.com

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