La alegría de lo inesperado

Si las negociaciones fructifican, podremos asistir a cuatro años más que, con suerte, no sólo contengan la avalancha de odio, sino que amplíen el bienestar de los españoles y la comunidad migrante que reside en nuestro territorio, escribe Azahara Palomeque
Toca celebrar los resultados electorales, brindar por una ciudadanía que ha sabido gritar ¡No Pasarán! cuando las encuestas daban por hecho que las derechas arrasarían en las urnas, y festejar que, a pesar del avance sostenido del fascismo en muchos lugares del globo, entre ellos Europa, en España los peores augurios no se han cumplido y Vox ha perdido 19 escaños. Si algo aprendí de Estados Unidos es que siempre queda margen para lo inesperado, burlando los sondeos y otros mecanismos de prestidigitación, y también que la movilización ciudadana en torno a un objetivo común a veces logra destronar la barbarie.
Pero, no nos engañemos, lo que hemos presenciado en estos comicios no es una victoria de las izquierdas; sus programas propositivos, como el de Sumar, llenos de apuestas de futuro; o la validación de una gestión política por parte de la coalición que, a pesar de sus fallos, ha ampliado derechos sociales, logrado las cifras del paro más bajas desde la anterior crisis, o reducido la inflación a números envidiables si se comparan con los de los socios comunitarios.
Las victorias permiten gobernar holgadamente y aquí la gobernabilidad pende de un hilo que zurce Junts per Catalunya. Si las negociaciones fructifican, podremos asistir a cuatro años más que, con suerte, no sólo contengan la avalancha de odio, sino que amplíen el bienestar de los españoles y la comunidad migrante que reside en nuestro territorio. Si no lo hacen y se acude a una repetición electoral, nos enfrentaremos de nuevo a la incertidumbre. Aun así, el “verano azul” que nos prometían adquiere ya otras tonalidades más esperanzadoras y eso es motivo de jolgorio, por varias razones.
El adelanto electoral, una estrategia que algunos consideraban kamikaze, nos devuelve a un Pedro Sánchez fortalecido por su capacidad de arriesgar, vapulear el mapa político surgido el pasado 28 de mayo, y recolectar dos escaños y casi un millón de votos más que en 2019. El salto al vacío lo ejecutó con varios paracaídas, una proeza que debilita a un Feijóo lejos de estar a la altura. El candidato del PP ha perdido fuelle, y no le ha funcionado ni su actitud bicéfala –el “moderado” que pacta con Vox y asume relatos trumpistas como intentar desvirtuar la labor de Correos–, ni el favor de grandes medios de comunicación, ni jugar a la posverdad con mentiras fácilmente rebatibles.
Lo dije hace unos días: la verdad y la moral importan; es una lástima que las izquierdas no hayan abrazado este marco hasta el último momento, pero es loable que lo hicieran, a la vista de las consecuencias. Por otra parte, la formación que lidera Yolanda Díaz ha conseguido reconfigurar en tiempo récord el espacio más progresista del electorado, a pesar del pugilato interno y el desgaste que ha supuesto para Unidas Podemos iniciativas como la Ley del Sí es Sí, con un planteamiento claramente feminista en torno al consentimiento, pero cuyos efectos penales no se supieron calibrar.
Díaz, quien ha obtenido 7 escaños menos que la suma de Podemos y Más País en 2019, pero levantándose sobre las cenizas de las autonómicas, debe ahora asumir el reto de sanar las heridas y tejer consensos en casa, así como apuntalar el proyecto con la tranquilidad de varios meses o bien una legislatura por delante.
Contra el desencanto
Más allá de los datos, hay triunfos que se miden por su valor simbólico y, a la larga, suelen calar de manera de profunda. Estas elecciones hemos sido testigos de una llamada a la organización ciudadana contra el abstencionismo desencantado: ni todos los políticos son iguales, ni las encuestas son profecías autocumplidas. La participación ha subido cuatro puntos respecto a los anteriores comicios (del 66% al 70% de electorado), en una circunstancia de excepcionalidad que incluye una fecha a destiempo, marcada por el calor y las vacaciones de muchos. “Contra todo pronóstico” –argumentó Sánchez en un mitin–; y así se ha abierto una puerta a la esperanza que nos advierte de que nunca hay que tirar la toalla. Aprendida la lección, cabe también aplaudir la caída estrepitosa de Vox, aunque sus ideas continúen poblando el imaginario social, porque ya no lo hacen con el mismo garbo.
La falta de legitimidad en las urnas implica un contundente rechazo a sus propuestas de arrancar derechos consolidados, como el aborto, al odio más visceral hacia la población vulnerable, o a su negacionismo climático. Por primera vez en varios años, las lindes del decoro, lo que resulta aceptable o no tanto en política como en la calle, se han desplazado varios pasos hacia la izquierda, avivando el paradigma de los derechos humanos, y hasta la prensa internacional que temía la entrada de la ultraderecha en el gobierno “por primera vez desde Franco” tendrá que revisar sus análisis.
Cierto es que Feijóo quizá haya nacido, fuera de Galicia, como una apuesta condenada al fracaso y su rival podría ser esa Isabel Díaz Ayuso cuyo nombre coreaban en la sede de Génova, lo cual plantearía otros problemas al bloque progresista; sin embargo, por ahora, el fantasma fascista queda fracturado, magullado y enclenque frente a la alegría de lo inesperado. Celebremos, brindemos, lancemos confeti, démonos un homenaje de afecto colectivo. Parar al monstruo era lo más importante y lo hemos logrado. Mañana nos levantaremos con energías renovadas para seguir remando a favor de la vida.
Fuente: Azahara Palomeque en lamarea.com
Foto portada: Montaje fotos twitter

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