4 de enero: La justicia británica hará pública su decisión sobre la extradición a Estados Unidos de Julian Assange

WikiLeaks y los dilemas del periodismo

Hoy 4 de enero la justicia británica hará pública su decisión sobre la extradición a Estados Unidos del creador de WikiLeaks, Julian Assange; caso éste que ejemplifica el funcionamiento de las censuras de nuestro tiempo y vuelve a poner de manifiesto muchas de las cuestiones sin resolver del periodismo actual.

Assange se encuentra preso en la cárcel londinense de Belmarsh desde poco después de ser detenido por la policía británica, en abril de 2019, cuando se encontraba en la embajada de Ecuador en Londres. El fundador de WikiLeaks residía en dicha embajada, como asilado político, desde 2012. Al mismo tiempo, la justicia estadounidense reclama la extradición de Assange para juzgarlo, entre otras cosas, por “obtener ilícitamente y revelar documentos clasificados relacionados con la defensa nacional”. La condena por estas acusaciones de espionaje podría llegar, con la ley de EEUU en la mano, hasta 175 años en una prisión de alta seguridad. Asimismo, la obstinación por la extradición ha llevado a la Casa Blanca, según The Nation, a ejercer presiones a terceros países que bien podrían ser, también, calificadas de espionaje. No parece ser éste un caso más para la administración estadounidense.

Recordemos, brevemente, cómo empezó todo. En 2010, la web WikiLeaks publica más de 250.000 documentos filtrados (más tarde se sabría que por el entonces soldado Bradley Manning, hoy en prisión) del Departamento de Estado de los EEUU, muchos de ellos declarados confidenciales o secretos. Probablemente, el más famoso de estos documentos fuese el vídeo conocido como “Asesinato colateral”, en el que se puede ver cómo, en 2007, un helicóptero estadounidense abre fuego contra una multitud de civiles en Bagdad, matando a varios de ellos, incluidos dos periodistas colaboradores de la agencia Reuters.

Nadie que haya contado tantas “verdades” ha salido jamás indemne

Los “papeles” filtrados fueron publicados, además de en la web de WikiLeaks, en los diarios El País (España), Le Monde (Francia), Der Spiegel (Alemania), The Guardian (Reino Unido) y The New York Times (Estados Unidos), con lo que se pretendía ofrecer una mayor credibilidad a las informaciones publicadas. La lectura de los documentos filtrados ofrecía, como afirmó en una conversación con el propio Assange, el filósofo Slavoj Žižek, “demasiada realidad”: una dosis insoportable de la misma. En efecto, la documentación, que implicaba a políticos, militares, empresarios, etc. de decenas de países, mostraba la trastienda del politiqueo, los arreglos a menudo poco éticos que sin embargo son presentados con bellos discursos por los más diversos líderes políticos y financieros. Nos contaban, así, todo lo que intuimos (¿sabemos?) que puede ocurrir en ese backstage político-empresarial, y sobre lo que nos gustaría estar equivocados. Y lo contaban con muchas, muchísimas pruebas. El rey aparecía, por fin, en toda su desnudez.

El Cablegate abrió el pesado baúl de las contradicciones del periodismo

La crudeza de tales informaciones, desprovistas de la habitual capa ficción a la que estamos acostumbrados, nunca ha quedado sin castigo. Nadie que haya contado tantas “verdades” ha salido jamás indemne. Los creadores de WikiLeaks no han sido una excepción. El Cablegate, como algunos denominaron a la gran filtración de 2010 (hubo otras antes y después) abrió también el pesado baúl de las contradicciones del periodismo, empezando desde la misma base que lo define porque, ¿qué es, exactamente, ser periodista? La defensa de Assange afirma que WikiLeaks es un medio de comunicación y que, por lo tanto, sus informadores no son quienes filtran, sino quienes, amparándose en la libertad de expresión, publican el material que reciben y consideran periodísticamente relevante. Por el contrario, otros tachan a Assange y sus compañeros de “activistas” o “hackers”, términos que éstos mismos suelen cargar de connotaciones negativas, cuando no simplemente de delincuentes vendidos al mejor postor.

Pasa en Carabanchel

La definición de qué significa “ser periodista” no es una cuestión menor, que conlleva además efectos legales, pero no siempre se dan las condiciones para que nos podamos permitir el lujo de disquisiciones teóricas: a veces el hacker o el activista puede convertirse en el más necesario de los periodistas, porque es el único que se atreve a contar lo que hay que contar. Podremos, por supuesto, discutir sobre el muy necesario criterio periodístico o la calidad del producto informativo (discusión, por cierto, de la que no están exentos los “periodistas profesionales”), pero hay conflictos que no existen mediáticamente (y por lo tanto, no conocemos) porque nadie se atreve a contarlos. Sin embargo, algunos activistas defensores de los derechos humanos, por ejemplo, nos han relatado historias de alto valor periodístico. Llegan donde no siempre hay presencia de los medios y se convierten, así, en los únicos corresponsales posibles.

El concepto de “secreto de Estado” se ha usado y se usa sistemáticamente como mecanismo de censura

Las filtraciones pusieron también sobre la mesa el eterno dilema que conlleva la publicación de informaciones que pueden “poner en riesgo la seguridad nacional”. Como es natural, la definición de esto último es siempre y conscientemente difusa, y el concepto de “secreto de Estado” se ha usado y se usa sistemáticamente como mecanismo de censura. Volvamos, por ejemplo, al “Asesinato colateral”: ¿debe la ciudadanía conocer lo que implica para ellos mismos y para los demás que su país declare una guerra? Entiendo que sí, al menos para reducir los niveles de testosterona prebélica de quienes hablan de ir a la guerra con demasiada ligereza. ¿Deberían entonces los medios publicar materiales como el mencionado vídeo, que muestra una matanza indiscriminada de civiles en el campo de batalla? De nuevo, y en mi opinión, probablemente sí. ¿Hay alguna forma de obtener esa información si no hay previamente una filtración? Difícilmente: las filtraciones han formado parte del periodismo desde que éste existe.

El de WikiLeaks es un caso más de censura seguido del castigo ejemplar al informador

En esta línea, parece sensata la posición de Amnistía Internacional, cuando afirma que “La publicación por Julian Assange de documentos a los que tuvo acceso como parte de su trabajo en WikiLeaks no debería ser punible, pues refleja una actividad que deben llevar a cabo periódicamente todos los profesionales del periodismo de investigación.” En cierto sentido, lo que hizo Assange tendría que ser, efectivamente, parte de las rutinas habituales del periodismo que quiere llegar hasta el fondo de la noticia. Y, de hecho, así ha sido históricamente. Evidentemente, no significa esto que cualquier buen artículo deba incluir filtraciones, ni que éstas sean buenas per se, pero si la filtración incluye información que la ciudadanía debe conocer, publicarla debe ser una obligación. Qué debe conocer la ciudadanía forma parte de ese “criterio periodístico” que nuestras desnortadas universidades deberían ayudar a formar.

Así, el de WikiLeaks es un caso más de censura seguido del castigo ejemplar al informador en la esperanza de que, quienes tienen en mente publicar informaciones incómodas, se lo piensen dos veces. Y se lo pensarán, no cabe duda. Ya tenemos demasiadas censuras no reconocidas (y la precariedad laboral del periodista puede llevar, además, a la autocensura), como para colaborar con la más antigua de todas: la que quiere mantener el statu quo. Independientemente de cómo nos caiga el personaje, el trabajo de WikiLeaks merece ser defendido: nos va mucho en ello.

Fuente: Miguel Vázquez Liñán en elsaltodiario.com
Foto: Wikipedia

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