A Pablo nunca le sedujeron los medios, ni las televisiones, ni los periódicos, sólo la radio, sobre todo Radio 3, le prestó atención durante su larga caminata de músico irredento y maravilloso

Pablo no salía en los grandes programas musicales, ni llenaba estadios ni abarrotaba plazas de toros, Pablo apenas contaba con apoyos para difundir su obra, una obra que durante años nos dejó con el alma llena de emociones plenas difícilmente olvidables. Recuerdo con entusiasmo sus nananana, esos estribillos después de unos versos memorables en los que invitaba al público, al oyente doméstico a continuar con la canción abstraído, metido uno ya en su mundo, con un interminable y felicísimo nananana. Sucedía así, en Hoy que te amo, una de las canciones más perfectas de las escritas en castellano en el último siglo, un prodigio de sencillez poética y de música de cuerda a la que nada podría ir mejor que la voz grave, verdadera y humana de Pablo: “Hoy que te amo, mujer amiga y compañera, vamos a creer que nuestras manos crecen, y que tenemos mil dedos, y que todos son como antorchas que a la noche amanecen… nanananana”.
A tapar la calle fue un canto a la libertad que comenzábamos a estrenar no sin dificultades represivas de todo tipo
Comenzó su carrera sin hacer ruido, imbuyéndose en la música tradicional de su tierra, de Extremadura, componiendo canciones tan bellas como Amapolas y Espigas, que quedó segunda en el festival de Benidorm y luego cantarían María Dolores Pradera y tantas más. Nunca olvidó su origen, pero a los cantares de trilla fue añadiendo los ritmos de Dylan, Young, Báez y Cohen, el acento de otra tierra, la música que estaba pasando en ese momento y que pretendía cambiar el mundo y en cierto modo lo hizo, al contrario que la que hoy nos asedia y que parece mostrar su complacencia con una sociedad a la deriva en la que cada uno busca su suerte a costa de la de otros. Pablo tenía raíces, pero no sólo raíces, había aprendido de ellas para llegar a las de otros autores, a las de otros músicos de países con los que nada tenía que ver y a la de sus coetáneos Serrat, Aute, Llach, Afonso, Cafrune o Bonet. Fue un cantautor en el sentido más clásico de la palabra durante sus tres primeros discos, planeó una huida, huyendo lentamente, y del magistral A Cántaros de 1972, grabado en directo de nuevo en el Olimpia de París unos años después, pasó a ese portento titulado Porque amamos el fuego, un disco que contiene canciones tan soberbias, tan perfectas como la que da título al mismo, con influencias del jazz y la colaboración de músicos como Nacho Sanz de Tejada y Miguel Ángel Chastang que después le acompañarían durante muchos años. Pablo Guerrero está en la cima de su carrera, no produce mucho ni tiene prisa por hacerlo, pero cada disco nuevo es esperado con ansiedad por sus seguidores, no porque lo diga una televisión empeñada en dar aire a Camilo Sexto, Manolo Otero, Pedro Marín, Manolo Escobar o Peret, sino porque su música ha pasado de boca en boca por todo el país llegando a pueblos tan ajenos a lo nuevo como el mío.
A tapar la calle sería otro de sus discos más celebrados. Grabado en 1978 bajo la producción de Gonzalo García Pelayo, aquel genio al que prohibieron entrar en los casinos porque siempre ganaba, A tapar la calle fue un canto a la libertad que comenzábamos a estrenar no sin dificultades represivas de todo tipo. De aquel LD histórico no sabría que canción elegir, pero se me viene Una tarde, aquella que dice: “Una tarde tranquila, mi amiga, la fiebre que había golpeado mis ojos cesaba. Un aire azulado, mi amiga rozaba mis nervios cansados y el sol se estiraba, tendiendo carámbanos de cera sobre los tejados. Y tú te dormías mi amiga flotando en los verdes balcones de la barriada. Una tarde tranquila, mi amiga te amaba…”. Sonaba la guitarra genial de Nacho, sin parar, siguiendo los requiebros de la voz tranquila y sonora de Pablo, el contrabajo de Chastang, y la felicidad recorría cada rincón de la habitación donde sonaba el Bettor Dual que tanto nos acompañó durante aquellos años, sin romperse, aguantando jornadas laborales de sol a sol, con Pablo siempre presente.
Pablo Guerrero Cabanillas, que siempre vivirá con nosotros, con todos aquellos que “creemos en días en que florezcan, de nuevo, fusiles y claveles sobre el viejo país de los dientes afilados…”
Poco acomodaticio, incapaz de encasillarse, Pablo continuó indagando, buscando otras músicas, experimentando con lo electrónico, con las músicas africanas, con el indi, la new age y el flamenco, colaborando con raperos con Nach, publicando quince discos, varios poemarios y colaborando con muchos de los mejores cantautores de España. Pese a que ahora son muchos quienes le reivindican, no fue un músico de masas, no contó con el apoyo de eso que llaman gran público, aunque sí con una minoría que lo siguió hasta el final.
Recuerdo como uno de los momentos más gratos de mi vida aquel mes de julio de 1978 en que un grupo de amigos logramos llevarlo a Caravaca. Habíamos conseguido que nos dejasen el recinto del Instituto y allí preparamos un escenario poniendo los pupitres de soporte y las tarimas de los profesores encima, al fondo las bellísimas montañas de las estribaciones de la Sierra de Segura. Bajamos al patio casi ochocientas sillas y preparamos algo medio decente que hoy sería terminantemente prohibido por la policía municipal y protección civil. Durante las semanas previas recorrimos los pueblos de alrededor, fuimos a bares y comercios y dejamos carteles y folletos, empapelamos muros y confiamos en amigos para que vendiesen entradas como si fuesen participaciones de lotería de Navidad. Estábamos cagados. Pablo cobraba entonces cuarenta mil pesetas y nuestro capital social era de cero pesetas. Llegó tarde, en un furgón, junto a Nacho Sáez de Tejada, Miguel Ángel Chastang y Sivia Lovosevic, que era la productora. Viaje largo, aspecto cansado, se encuentran con unos jóvenes imberbes que apenas superaban los veinte años. No teníamos nada preparado, apenas el escenario y de aquella manera. No se inmutaron, pregunté a Pablo si querían algo, con suma amabilidad y esa voz única que siempre tuvo me pidió un poco de queso, una botella de vino y unos vasos. Se sentaron debajo de un árbol y allí dieron cuenta de la merienda antes de comenzar un concierto perfecto del que, estoy seguro, guardamos un gratísimo recuerdo las ochocientas personas que asistimos entusiasmadas a escuchar a uno de los más grandes poetas y músicos de nuestro tiempo: Pablo Guerrero Cabanillas, que siempre vivirá con nosotros, con todos aquellos que “amamos en el fuego y creemos en días semejantes a nubes, días en que florezcan, de nuevo, fusiles y claveles sobre el viejo país de los dientes afilados…”.
Fuente: Pedro Luis Angosto en nuevatribuna.es

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