Lo que les escandaliza realmente es que en vez de seguir jugando al juego caníbal del capitalismo pongan la necesidad por delante de una legalidad injusta y la vida por encima de su lucro
Aún recuerdo (de forma totalmente idealizada y distorsionada, por
supuesto) algunos veranos que pasaba en el pueblo con mis abuelos. Ellos
ya mayores, de misa cada domingo y “hasta mañana si Dios quiere” para
dar las buenas noches. Yo, un crío para el que aquel pueblo de Navarra
de apenas cien habitantes en el Valle del Alto Ega era todo un universo
por explorar. Uno de esos veranos, tras tener que salir corriendo
delante de una vieja (suena despectivo porque así lo era para nosotros
entonces) después de hacer no sé qué trastada, mi abuela, contra todo
pronóstico, en lugar de regañarme, me lanzó una advertencia: “Ten
cuidado con esa, que es medio bruja” (brujas enteras se ve que ya no
quedaban). Para mí por aquel entonces las brujas eran algo que
pertenecía al tema sobre Halloween de los libros de inglés y los dibujos
animados, y no entendía como mi abuela podía tener la menor idea sobre
ese mundo tan ajeno a ella. Esa misma noche me estuvo contando, al calor
del fuego del hogar (ojo, que este detalle es importante luego) sus
supersticiones varias y por qué ese eguzkilore (literalmente flor del
sol, bonito nombre en euskera para un cardo lleno de espinas) que
teníamos clavado en la puerta de entrada era para proteger la casa de
las brujas. Desde aquel primer cortocircuito, la idea que se dibuja en
mi cabeza cada vez que se hace referencia a las brujas ha ido dando
bandazos.
Historias de miedo infantiles y personajes de
televisión. Superstición, hogueras, historias morbosas sobre rituales
satánicos más adelante. Luego la atención pasó de las brujas en sí a las
llamadas cazas de brujas, quizá por haber visto con mi padre alguna que
otra película ambientada en la Guerra Fría que soy incapaz de recordar.
Entonces llega la bruja como icono de mujer liberada, independiente:
esas mujeres demoníacas habían sido en realidad mujeres demonizadas por
aquellos a los que incomodaba su transgresión, su papel clave en las
luchas campesinas de su época (contra la expropiación de las tierras
comunales, por ejemplo) o sus conocimientos sobre métodos
anticonceptivos, abortivos y médicos en general.
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Pero ¿qué tiene
que ver todo esto con el título del artículo? Paciencia. Como decía, las
brujas se caracterizaban, más que por volar en una escoba, por ser
mujeres empoderadas, sabias y activas en sus comunidades, defendiéndolas
de las agresiones de las diversas instituciones feudales y de los
primeros pasos de lo que terminaría en convertirse en lo que hoy
conocemos como capitalismo. Una forma en la que estos mismos poderes
reprimían esa resistencia era precisamente atacando a estas mujeres,
presentándolas como seres malvados y pecaminosos, bestias demoníacas.
Mientras se repetían las hambrunas, en los juicios por brujería era
recurrente el tema del “banquete diabólico”, lo que para Silvia Federici “sugiere
que darse un festín de cordero asado, pan blanco y vino era ahora
considerado un acto diabólico si lo hacía ‘gente común’”. Por lo visto
la idea de que los pobres disfrutasen de lo que ellos tenían a diario
aterrorizaba a ricos y nobles. Y aquí empiezan los paralelismos. Porque
hoy, pese a la distancia y la apariencia de progreso, tenemos más de lo
mismo. Vemos como son precisamente aquellos pertenecientes a las clases
más privilegiadas, empresarios, políticos, banqueros y especuladores con
segundas, terceras… o décimas viviendas, con chalets con piscina y
cancha de pádel privada, repartidas por medio mundo quienes se
escandalizan y llevan las manos a la cabeza con el hecho de que las
pobres tengan la valentía de abrir una cerradura para tener un techo
bajo el que vivir.
Hablamos en estas cifras, claro está, de las
viviendas que destinan a su uso personal: las que utilizan para
especular se cuentan por miles. Una especulación que genera sus propios
monstruos, al ser directamente responsable de la violación del derecho a
la vivienda a escala masiva, y por tanto una de las principales causas
de la okupación que tanto les escandaliza. No hay rosa sin espinas,
podríamos decirles.
Volviendo a la brujería y los akelarres,
abundaba en los juicios por brujería y en los manuales de la Inquisición
la idea de que en esos banquetes las brujas se daban al canibalismo y
la fornicación con el demonio de la misma manera que ahora se relaciona
la okupación con los narcopisos, la violencia y la inseguridad. El mito
de los niños raptados con no sé qué fines macabros no es tampoco muy
diferente al bulo tan repetido de que tras una semana de vacaciones
puedes volver y encontrarte tu casa llena de violentos y piojosos okupas
con malas pintas. ¿Quién sería el estúpido que, necesitando una
vivienda y habiendo miles de casas vacías en manos de bancos, se
molestaría en entrar en una en la que ya vive gente, sabiendo que será
expulsado en cuestión de semanas? Estereotipos y mitos que representan
más los miedos de una minoría privilegiada y sus ansias de generar una
psicosis colectiva que desemboque en una nueva caza de brujas que a la
inmensa mayoría de vecinas okupas, que son simple y llanamente familias
que okupan un piso vacío por pura necesidad. Por otro lado, es curioso
que quienes más exabruptos sueltan sobre las okupas son quienes más se
llenan la boca con la defensa de la familia (de un tipo muy particular
de familia, claro está), y seguramente no les interesa mucho que la
gente sea consciente de la cantidad de okupas que son familias numerosas
o madres solteras, que tiran para adelante sin ningún apoyo
institucional.
y es que, pese al revestimiento de respeto a
la legalidad y civismo, es difícil no ver en todos estos discursos
cargan contra la okupación el mensaje que los vertebra: la propiedad
privada en el altar, por encima de cualquier necesidad o derecho
(incluso de los reconocidos en la constitución a la que tanto apelan
para cualquier otra cuestión), mientras se criminaliza y estigmatiza la
pobreza. El objetivo, crear la división de siempre: entre quienes están
mal y quienes están peor. Entre quienes tienen un trabajo en el que les
explotan sentados y un sueldo que les da ciertas comodidades y quienes
tienen un curro de mierda o ni siquiera eso. Entre quienes pueden
cotizar y quienes están abocados al trabajo en negro. Entre quienes se
pasan media vida pagando una hipoteca o alquiler y quienes tienen que
okupar. En esta línea se deben leer las medidas anunciadas por David
Pérez, consejero de vivienda de la Comunidad de Madrid: mano dura con la
okupación significa mano dura con la pobreza. Interesadamente
identifican como problemas de convivencia a “los okupas”, en lugar de
con la pobreza, la exclusión social y los desahucios que la alimentan
—cada vez más a menudo con una buena dosis de brutalidad policial—.
Se
genera así un clima de miedo, en el que se mezcla la supuesta
inseguridad con la que falsamente se relaciona la okupación con una
amenaza más sutil, más psicológica: la de pensar que se nos cuelan en la
cola, que los esquemas meritocráticos y la ética del sacrificio se nos
rompen por ver que otros se toman el “privilegio de una vivienda
gratis”, sin molestarnos en analizar la situación en conjunto. En lugar
de apoyarnos, de empatizar y poner en común, quieren que denunciemos a
nuestras vecinas, a las que precisamente más crudo lo tienen, que le
hagamos el trabajo sucio a la Inquisi… quiero decir, a la policía. Y no
es raro que en este clima de tensión surjan monstruos como Desokupa,
bandas de neonazis que aprovechan la ocasión para disfrazarse de
justicieros y “defensores de las clases medias” sin tener que dejar de
hacer lo que siempre han hecho: coaccionar y apalizar a inmigrantes e
izquierdistas, actuar como cuerpo parapolicial privado de una minoría
privilegiada.
Hasta ahora hemos hablado mucho de lo que se dice y
se quiere hacer con estas brujas del siglo XXI, pero poco de lo que
ellas hacen. Aquí queríamos destacar el papel que muchas de estas
mujeres en las asambleas de vivienda. Aunque la okupación (quizá no con
k, pero si con c) ha existido desde siempre —pues los candados y las
cerraduras siempre han sido más débiles que el ingenio y la necesidad—
hay en su historia dos momentos que creo que son bastante
significativos. El primero se remonta a los 80, cuando se empieza a utilizar la okupación
(esta vez sí, con k) de una forma explícitamente política, como forma
de luchar por el derecho a la vivienda y poner en cuestión la
especulación inmobiliaria o la propiedad privada en sí misma. El
segundo, es el surgimiento del actual movimiento por el derecho a la
vivienda, con el nacimiento de la PAH (centrada
en un inicio, como su nombre indica, en casos de ejecución hipotecaria,
que posteriormente incluiría también desahucios de alquiler y
okupación) y su popularización con el 15M. En este movimiento, que sigue
parando desahucios día a día y podría llegar a ser el heredero de las
antiguas redes vecinales, las mujeres tienen una presencia y un
protagonismo imposible de encontrar en otros espacios (ni siquiera el
feminismo consigue aglutinar al perfil de mujeres precarias y migrantes
que llenan las asambleas de vivienda).
Gracias a la combinación
entre existencia de un movimiento popular de vivienda fuerte y a las
experiencias del movimiento okupa de décadas, han podido surgir las
llamadas Obras Sociales de la PAH, que
consisten en okupar bloques que sean propiedad de bancos o fondos. Lo
que se busca con ello es no solo dar un techo a familias que participan
de las asambleas y que han sido desahuciadas, sino denunciar
públicamente la contradicción entre la especulación y el negocio del
ladrillo, por un lado, y el derecho a la vivienda por otro. Además, la
ecuación es simple. Como estos grandes propietarios solo entienden de
beneficio, no dejan otra que hablarles en pérdidas. Así, la okupación no
es solo la forma de satisfacer una necesidad, sino también una
herramienta de lucha y de presión para señalar culpables, forzar
negociaciones con esos mismos propietarios o plantar cara a la
gentrificación y turistificación que expulsa a cada vez más vecinos y
vecinas de sus barrios.
Todo esto, por supuesto, no ha ocurrido
sin represalias, ni sin que se extienda hacia los colectivos que luchan
por la vivienda el tipo de criminalización que se utiliza tanto contra
grupos desfavorecidos como contra otros movimientos sociales. Una
criminalización y provocación que ha dado sus últimos coletazos en las
últimas campañas electorales. Es material para chistes y memes el
victimismo de ciertos partidos políticos (a los que no queremos dar
publicidad), al ser objeto de un escrache por su defensa de la
especulación. También su obsesión en buscar chivos expiatorios para los
dos minutos de odio orwellianos de su mitin electoral, alguien a quien
quemar en la hoguera de la plaza pública para divertimento de unos y
aleccionamiento de otros.
Pero quizá hoy, igual que ayer, lo que escandaliza a los ricos no es la imagen estigmatizada y macabra que tratan de dar de las pobres, o su supuesta peligrosidad. Igual lo que les escandaliza realmente es que en vez de seguir jugando al juego caníbal del capitalismo pongan la necesidad por delante de una legalidad injusta y la vida por encima de su lucro. Y más aún, que en lugar de hacerlo en solitario y a la desesperada, se organicen para luchar juntas y construir un futuro común, alrededor del fuego de sus hogares, en el que de sus hogueras solo queda humo y su existencia parasitaria no tiene cabida.
Fuente: Javier Hernández en elsaltodiario.com