Oficios en peligro de extinción

La industria automovilística, la banca, el comercio tradicional o el cultural están inmersos en una sangría de regulaciones de empleo

Lejos quedan aquellos años en los que un puesto de trabajo era para toda la vida. Con el regusto a precariedad que dejó la crisis financiera que estalló en el año 2007, millones de personas asalariadas y empresarios han visto cómo la COVID-19 asestaba el golpe definitivo a sus empleos y negocios. Es un fenómeno mundial. Según la Organización Internacional del Trabajo (OIT), la pérdida de empleo se dobló con la pandemia a escala global. “He crecido laboralmente en este sector; si salgo de aquí no sabría qué hacer”, explica una trabajadora con más de 30 años de experiencia detrás de un mostrador de una entidad bancaria. La pandemia ha acelerado cambios de modelos productivos que ya estaban en marcha. Y un ejemplo de ello es el sector bancario.

La reestructuración del sector financiero se ha traducido en la confluencia de 88 entidades en diez grandes grupos bancarios. Los ERE en cinco de ellos –Santander, Caixabank, Sabadell, BBVA y Unicaja– han supuesto más de 18.000 salidas de trabajadores y trabajadoras, según datos ofrecidos por el sindicato CCOO. “Cabe destacar que se han perdido 115.000 puestos de trabajo desde el año 2008”, afirma Nuria Lobo, delegada del sector financiero de CCOO. “El cierre de oficinas y la reducción de plantillas responde a un proceso de digitalización del modelo bancario, es como una revolución industrial de la banca”, explican fuentes de la Asociación Cuadros Banca (ACB) y de la Federación Independiente Bancaria, organización sindical que se define independiente de los partidos políticos. “A la gente no se la está echando a la calle, se está negociando su salida”, declaran. Desde estas asociaciones destacan las “buenas condiciones” de los despidos.

“Los mayores de 55 años se van cobrando una indemnización hasta los 63 años”, indican. “Es cierto que en muchos casos la indemnización ofrece una cobertura económica a ese trabajador hasta que llegue a la edad de jubilación anticipada”, señala Lobo. Sin embargo, a diferencia de otros periodos con despidos masivos, actualmente se está expulsando también a gente joven porque “sale más barato”. Aquellos asalariados que no tienen suficientes años cotizados para aguantar con la compensación deben buscar un nuevo empleo.

Según diversos especialistas, “no se volverá a la situación de antes” en cuanto a volumen de trabajadores en el sector financiero. Una realidad que desespera a los empleados. “Las cargas de trabajo no han disminuido con la digitalización, es un proceso que también conlleva mucho trabajo administrativo. Y hay mucha gente que necesita ser atendida por personas, como la gente mayor”, asegura la representante sindical de CCOO. Lobo señala que se ha incrementado el estrés laboral y cada día hay más “trabajadores enfermos que se están medicando” a causa de ello. Sufren presiones para vender productos financieros y alcanzar los objetivos marcados por su empresa a la vez que soportan el enfado de algunos clientes por una digitalización forzada.

Además, ha dejado de haber personal de seguridad en las entidades porque no hay “tanto dinero que proteger en la caja”, y esto genera inseguridad a quienes están de cara al público. “El insulto y las amenazas verbales se producen cada día. Incluso hemos visto cómo un cliente daba una paliza a una compañera en Galicia”, lamenta Lobo. “Yo antes he sido muy bien tratada por mi empresa pero veo que ahora somos números, solo les preocupan los números”, destaca. Y los números les salen bien a los bancos: todos ellos están anunciando buenos resultados. Santander, por ejemplo, ha obtenido este año, hasta septiembre, un beneficio de 7.316 millones de euros, un 25% más que en el mismo periodo del año anterior.

Pérdida del tejido industrial

Otro sector que está en transformación es el automovilístico, que ve cómo el vehículo eléctrico se impone a los que consumen combustibles fósiles. Grandes empresas como Nissan o Seat están inmersas en despidos colectivos. El cierre de la planta de la compañía alemana Mahle en Vilanona i la Geltrú (Barcelona), el pasado enero, dejó a 343 personas sin trabajo. Narcís Pineda, presidente del comité de empresa, es uno de ellos. “Llevaba toda la vida en esa empresa, nos dedicábamos a la producción de pistones para el motor de los vehículos, un trabajo muy especializado”, dice. En su opinión, la transición energética no es el único motivo del cierre de una planta “que era viable económicamente y se podría haber reconvertido al coche eléctrico”. Apunta a una deslocalización de la producción a otros lugares como Portugal, donde “la mano de obra es más económica”.

Para Pineda, el fin de la actividad de empresas como Mahle supone un paso más en la pérdida del tejido industrial “arraigado” en Catalunya. Incide en la falta de políticas para evitar esta disminución de “puestos de trabajo dignos” e indica que es complicado para personas como él, que tiene 54 años, encontrar nuevos empleos. “Los que se han ido colocando tienen ahora sueldos más bajos. Quien pasa a cobrar el sueldo mínimo va a tener que acudir a los servicios sociales porque no da para vivir”, añade. Por otro lado, destaca que esta circunstancia va a repercutir negativamente a la hora de consumir en el comercio de proximidad.

Comercio tradicional

El comercio local es un sector muy afectado por la sucesión de crisis económicas que se han encadenado en las últimas décadas. “El negocio que más vemos cerrar en el barrio es el de los quioscos, no hay relevo generacional”, afirma Manel Robles, presidente de la asociación comercial Sant Andreu Nord de Barcelona. En los últimos años son varias las librerías que han bajado la persiana en la capital catalana. Una de ellas es Medios, que llevaba 26 años en la calle Valldonzella enfocada a los estudiantes universitarios.

“Con la pandemia, los estudiantes dejaron de venir y, tras ella, no han vuelto”, asegura el socio Enrique Merino. Los propietarios han visto en los últimos años que no era rentable permanecer abiertos de 10 a 20 horas. Por eso han cerrado la tienda física y se han quedado solo con venta online y un negocio de venta de libros a instituciones como bibliotecas. En su caso, se pierde la relación entre el librero y el lector porque “los jóvenes quieren comprar a golpe de clic y que les llegue a casa”.

Otras librerías que han anunciado la clausura de sus míticos establecimientos son Alibri, a tres años de ser centenaria, y Cómplices, librería pionera en temática LGTBIQ, en el barrio Gótico. “Nuestro negocio no ha remontado desde la crisis de 2007. Y nuestro enemigo tengo claro que no es Amazon, sino Netflix”, sostiene Helle Brunn, fundadora de Cómplices. Coincide con ella Xavier Vidal, que ha tenido la valentía de abrir dos librerías desde 2013, las Nollegiu del Clot y Poblenou. “Amazon es una estafa, tiene sociedades pantalla para no pagar impuestos aquí. Nuestro modelo se ha centrado en fomentar la lectura con una programación de eventos para atraer gente a la librería”, cuenta Vidal. Durante la pandemia, siguieron con los eventos a través de redes sociales y cuentan con una comunidad que les permite “pagar el alquiler y las nóminas”.

El cierre de Cómplices el próximo diciembre permitirá a los socios trabajar menos horas y priorizar el negocio que funciona, su editorial Egales. “Cuando abrimos la librería no había libros especializados en la temática LGTBIQ, así que tuvimos que editarlos nosotros mismos”, cuenta Brunn. Pero perder el trato con los clientes le apena. “Hay clientes que me han dicho que les salvé la adolescencia con los libros que les recomendé”, comenta orgullosa. No hay algoritmo que recomiende libros con la sabiduría de una librera.

Fuente: Elisenda Pallarés en lamarea.com
Foto: Librería Cómplices | CEDIDA

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