Madrid, la eterna inacabada

Un paseo por ‘Madrid’ (1987), la película de Basilio Martín Patino

Madrid, Madrid! ¡Qué bien tu nombre suena,
Rompeolas de todas las Españas!
La tierra se desgarra, el cielo truena,
tú sonríes con plomo en las entrañas.

Antonio Machado (1936)

Para entender la ciudad de Madrid bajo la mirada del cine español es necesario remontarse 35 años atrás. El 18 de marzo de 1987, se estrenó la película Madrid, del cineasta Basilio Martín Patino (Salamanca, 1930-2017). La película cuenta la historia de Hans, un realizador alemán que se encuentra en la ciudad para hacer un programa de televisión sobre la capital y la Guerra Civil al cumplirse el cincuentenario de esta. Junto con Lucía –su montadora– y Goyo –su operador– recorre y graba imágenes de la ciudad actual, dispuesto a descubrir sus espacios y sus gentes relacionados con el pasado. Al mismo tiempo revisa y monta los materiales de archivo sobre la época. Hans se pregunta sobre la naturaleza y el sentido de su trabajo.

La película no solo funciona como una bella historia de ficción, sino que sirve como material documental de un momento en España en el que cada día contribuía a un nuevo cambio en la nación. Tan solo un día antes del estreno de Madrid tendría lugar la primera gala de premios del cine español. En esa misma gala, Verónica Forqué recibió el primer Goya a Mejor Actriz Secundaria por su interpretación en El año de las luces (Fernando Trueba, 1986). No acudió a recogerlo porque se encontraba en Cádiz presentando otra película, probablemente la de Basilio Martín Patino. Forqué interpretó a Lucía, personaje clave en la película, que otorga a Madrid la parte más de ficción convencional. Una historia de amor entre ella y el personaje de Hans que abre grandes conversaciones sobre la belleza de la ciudad. 

No es casualidad que fuese Verónica Forqué la elegida para este papel dado que, aparte de ser una de las grandes musas del cine español, ella siempre se sintió muy madrileña. No había nadie mejor para este rol. Sin embargo, es una pena que los distintos medios que decidieron homenajearla tras su muerte el pasado mes de diciembre se olvidaran de una de sus mejores interpretaciones. Además, cabe destacar que Lucía es el único personaje que brinda calidez a la película. Todas las relaciones que va forjando Hans a lo largo de su estancia en Madrid son frías e irrelevantes, pero Lucía le hace creer de nuevo en el amor, así como en su trabajo como cineasta.

Rüdiger Vogler (Alicia en las ciudadesMovimiento en falso), actor fetiche de Wim Wenders, es el encargado de dar vida a Hans. Se trata de un actor al que se ha enlazado con el Nuevo cine alemán, movimiento que se caracteriza por la importancia de los actores y actrices, su actuación y capacidad de improvisación en planos de larga duración. Vogler se presenta como eje argumental de la película. Llega a Madrid sin apenas conocer la ciudad y se extraña por su carácter transformador. El personaje de Hans es un ente neutro que examina la ciudad desde la observación y la documentación. Sin embargo, según se va desarrollando la película, Hans se convierte en una persona mucho más abierta que ofrece una visión objetiva de la ciudad, convirtiéndose en un observador subjetivo dominado por las pasiones que le rodean. “Todo lo que se filma subjetivamente trasciende a la realidad”, asegura el personaje. 

Presentada al Ministerio de Cultura con el título de Vivir en Madrid, el embrión de la película tenía su razón de ser en un documental sobre la Guerra Civil; pero mediante una documentación un tanto confusa entregada al ICAA, Patino concluía que su método de trabajo consistiría en registrar diversas imágenes documentales del Madrid del 86, e indagar en los archivos históricos de la ciudad durante la Guerra Civil. Es así como, de alguna manera, la realidad y la ficción en la película de Martín Patino se superponen para dar lugar a una metaficción reflexiva de carácter ensayístico. Hans y Basilio Martín Patino tienen un mismo objetivo: realizar un documental sobre la guerra del 36, pero ambos se dan cuenta que no va a ser tan fácil como pensaban.

“Me planteé Madrid de una forma muy abierta”, comenta Patino. “Dispuesto a analizar los mecanismos que implica el hecho de enfrentarse a una producción audiovisual y la contradicción que supone querer ser libre en un sistema de mercado con instituciones que te condicionan y con una industria que impone sus propias leyes”. 

Pero, ¿qué estaba sucediendo en el Madrid del 86 que le interesaba tanto al director salmantino filmar? Todo y nada. Realmente él no sabía qué pasaría durante el rodaje, solo necesitaba financiación y luz verde para salir a rodar. Madrid estaba viviendo el mayor cambio de su historia en una década, buscando salir de la represión y el adoctrinamiento. 

¿Qué estaba sucediendo en el Madrid del 86 que le interesaba tanto al director salmantino filmar?

La película empieza con Hans rodando desde el balcón de su propio estudio la manifestación en contra de la entrada de España a la OTAN en 1986. Quién nos iba a decir que 35 años después seguiríamos manifestándonos por los mismos motivos. Cientos de miles de personas bajan por la calle Alcalá hasta Cibeles para protestar, para rebelarse. Es aquí cuando vemos el primer síntoma del ciudadano madrileño: la rebeldía. 

Si en La virgen de agosto (Jonás Trueba, 2019) se presentaba una comparación entre el Madrid antiguo y el Madrid contemporáneo casi idealizado, en la de Martín Patino se alaba el espíritu madrileño a la par que se critica. En un momento clave, Hans va a ver un espectáculo de zarzuela en el que le explican que “los madrileños no se lo toman muy en serio”. Hans se extraña, ya que lo encuentra como un movimiento musical y teatral claramente identitario. Se da cuenta que el madrileño tiene una falta de conciencia de identidad. 

Hans se da cuenta que el madrileño tiene una falta de conciencia de identidad

Hacia la mitad de la película, aparecen imágenes de una entrevista a Tierno Galván, alcalde de Madrid, que hablaba de ella como “una ciudad sin raíces”. Asimismo, también aparecerán las imágenes del acto funerario del exalcalde en 1986, un evento al que acudieron cientos de ciudadanos que se sentían en deuda con él y que se convirtió en una de las concentraciones más numerosas que ha presenciado la ciudad de Madrid. La capital española daba imagen de un lugar de encuentro de ciudadanos de distintos lugares que buscan un cambio, pero nada comparable con el sentimiento identitario que puede tener un vasco, un gallego o un andaluz. Las contradicciones con las que se encuentra Hans en la ciudad de Madrid le llevarán a encontrarse en un callejón sin salida respecto a su obra, y más adelante también en su propia identidad.

Basilio Martín Patino siempre ha mostrado señas de su obsesión por la capital. Tras su fallecimiento el 13 de agosto de 2017, Madrid acogió una exposición que rendía homenaje al director salmantino. Madrid, rompeolas de todas las Españas trazaba un recorrido de 80 años por la historia de la capital española desde la Segunda República hasta el movimiento del 15M a través del cine del director. En esta exposición se recogía muy bien la intención que tenía Martín Patino a la hora de hablar de Madrid. La ciudad se veía representada como un Madrid cercano a la resistencia y al dolor, pero a la vez se mostraba un Madrid festivo y lúdico. Mediante cine que exploraba los límites entre la ficción y el documental, el director dialogaba con el espacio central de la península ibérica para hacer una crítica voraz a su historia. 

No existe un Madrid objetivable, definitivo, acabado, sino un conglomerado cultural

“No existe, por mucho que lo analicemos, un Madrid objetivable, definitivo, acabado, sino un conglomerado cultural, un acopio de falsillas históricas que configuran tan sugestivo concepto. Madrid es una ciudad abierta por la naturaleza, viva, dinámica, diversa, acumulativa, nunca convencional. En sus rincones siguen mezclándose vestigios étnicos y desigualdades que testimonian sobre la tolerancia, la aceptación y el respeto a todas las formas de existir”, explicaba Martín Patino sobre la ciudad de Madrid.

La película del director se presenta firmemente reflexiva, mostrando una intencionalidad didáctica que, como dice Alberto Nahum García Martínez, “entronca con un discurso de inspiración marxista y asume la reflexividad como una obligación política y una denuncia de los relatos tradicionales burgueses que adormecen las conciencias”. Estas reflexiones aparecen en forma de conversación con los distintos personajes secundarios –su sonidista, su montadora, su cámara– pero también a través del pensamiento del propio Hans. Martín Patino utiliza la voz en off y los rótulos para entrar en la entelequia de Hans, que constantemente se hace preguntas sobre la ciudad. 

En una escena en la que presencian la inauguración del Planetario de Madrid, y a la que acuden los Reyes, podemos ver como los rótulos aparecen como preguntas que se hace Hans a sí mismo, pero que Patino nos inquiere a nosotros. “¿Noticia? ¿Espectáculo? ¿Ficción? Al pasar la realidad por el objetivo, ¿deja de ser real?” Preguntas sin respuesta que hacen cuestionarnos la relevancia de la propia filmación. “¿De qué lado del cristal se es más feliz?”, se pregunta Hans más adelante. Filmar como anticipación de algo que se acaba.

Hans se convierte en el alter ego del director en un discurso que reflexiona sobre la historia, la estética o la cinematografía

La voz de Hans se presenta como un recurso para acercar al espectador al género ensayístico. Se aleja de viejos mecanismos de justificación narrativa como cartas o libros para dirigirse directamente a la persona que se encuentra detrás de la pantalla. Las palabras del director, expuestas a través de su personaje, no se presentan como comentarios explicativos, sino más bien discursos interrogativos que invitan al espectador a la reflexión y la argumentación. Hans se convierte en el alter ego del director en un discurso que reflexiona sobre la historia, la estética o la cinematografía. 

Después de haber realizado documentales cargados de crítica política como Queridísimos verdugos o Canciones para después de una guerra, Martín Patino muestra esta vez una ciudad mucho más romantizada (que no idealizada) mediante la historia de un director alemán enviado a España que tiene como misión reflejar la Guerra Civil y no sabe cómo. Y, al final, la película termina como la propia ciudad: una obra inacabada. Porque es ahí donde reside la belleza patiniana. Según Hans (es decir, según Basilio Martín Patino): “Todo lo que falta cuando hacemos una elipsis es lo que enriquece a la obra”.

Hasta hace no mucho tiempo, Madrid (y España) consistía en una prolongación del siglo XIX que no fue corrompida hasta 1978 con un periodo de transición que nos elevaría al estatus de capital Europea. Durante los años 80 empezó un despliegue cultural y un orgullo patrio que llevó a la ciudad a estar en constante cambio. En este contexto aparece el personaje de Hans, que no consigue reconocer la ciudad en sus documentos filmados. Es así como Martín Patino desmonta los estereotipos de esa España tradicional y hace que esta película se convierta en el testimonio de un fenómeno de cambio.

El espectador de Madrid puede ir reconociendo los diversos lugares que transita como el Palacio Real, el Parque del Oeste, la Plaza de Callao, las Vistillas o la Plaza del 2 de Mayo; pero también puede identificar una serie de referencias intertextuales que conforman el relato. La película recoge escenas de otras películas de Patino como Caudillo o Canciones para después de una guerra. Algunas ya mostradas y otras que forman parte de ese archivo de material descartado. El director hace una labor de reciclaje utilizando sus propias imágenes, pero también recoge archivos más recientes rodados para la televisión, como el ya citado entierro de Tierno Galván o testimonios del pueblo tras el asalto del Congreso el 23-F. Además, también utiliza imágenes de acontecimientos reales grabadas por su propio equipo que escapaban a su control: la manifestación en contra de la OTAN, la Iglesia de Medinaceli y el besapiés del Cristo, una protesta de profesores, la inauguración del Planetario de Madrid… Todo ello mezclado con elementos que no necesariamente son audiovisuales. Se trata de un collage conformado también por recortes de prensa, fotografías, carteles o incluso poemas como Defensa de Madrid, de Alberti o Madrid, 1936 de Neruda. 

Asimismo, es relevante señalar la presencia del arte plástico más representativo de la ciudad, ya sean Las Meninas de Velázquez, Los fusilamientos del 3 de mayo de Goya o la Gran Vía pintada por Antonio López; pero también el imaginario popular madrileño compuesto de zarzuelas como La revoltosaEl barberillo de Lavapiés o La verbena de la Paloma, entre muchas otras. Por otro lado, escuchamos canciones de foxtrot como Las tardes del Ritz en una de las escenas más bonitas del filme en la que Hans y Lucía (Verónica Forqué) bailan y se enamoran. Este recurso cancionero nos remonta a Canciones después de una guerra, la película del director salmantino que se construye a partir de canciones populares montadas sobre imágenes que buscan darles otro significado a través de la ironía.

El personaje de Hans, extranjero y desconocido de Madrid, solo puede acercarse al pasado de la ciudad a través de los distintos documentos, archivos y personajes que conforman su historia. Es por ello por lo que la película se nos presenta casi como un popurrí de historias que confluyen en un mismo punto: la inconclusión de la capital. Los espectadores del siglo XXI podemos acercarnos al material que nos propone el director salmantino en la plataforma de Filmin.

Pese a no haber nacido en Madrid, Basilio Martín Patino volcó su sensibilidad y empatía por esta ciudad, mostrándola como una ciudad abierta, acogedora y también contradictoria. “Madrid fue la ciudad generosa que acogió a miles de refugiados, la que sufrió y resistió los mayores bombardeos de la guerra y la que padeció el hambre de las ciudades sitiadas sin dejar de abrir sus cines, teatros y cafés. Pero Madrid fue, sobre todo, la ciudad ejemplar que resistió al fascismo internacional durante casi tres años”, explica Olivia María Rubio, comisaria de la exposición Basilio Martín Patino. Madrid, rompeolas de todas las Españas.

Fuente: Alberto Vandenbroucke en ctxt.es

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