Cuando el feminismo atraviesa una polémica tuitera cabe preguntarse hasta qué punto no se convierte en un arma arrojadiza más que en una herramienta para la liberación de todas las mujeres
Desde que la masividad del 8M se hizo patente en la huelga del 2018, la disputa política por erigirse como altavoz de dichas demandas no se hizo esperar. Han corrido ríos de tinta sobre cómo el PSOE ha instrumentalizado la transfobia en un intento por erigirse como el partido garante del único feminismo real, pero lo cierto es que la pugna no se reduce al ámbito institucional y partidista. Antes de esta fecha, las voces que aparentaban ser feministas en los medios eran escasas y apenas tenían espacio más allá de unos días claves del año. Para el 8M se podía hacer una mesa de mujeres, para el 25N se contactaba a cinco asociaciones que trabajan con mujeres que han sufrido violencia de género…pero la presencia feminista en medios era escasa por no decir nula.
Lo que había sido un movimiento vilipendiado e invisibilizado pasó a ser una habilidad más a destacar en el currículum
Cuando el feminismo pasó de ser algo marginal a una tendencia social todo cambió. De la noche a la mañana ser feminista podía significar un pase al estrellato. Los programas se llenaron de personas que hablaban en representación del feminismo, periodistas famosas publicaban libros contando lo qué implicaba ser feminista, influencers se convertían en líderes de opinión gracias a polémicas de dudoso interés…lo que hasta ese momento había sido un movimiento que no solo era vilipendiado, también invisibilizado pasó a ser una habilidad más a destacar en el currículum.
La masividad va de la mano de proliferación de mensajes, personas(jes), contenidos y altavoces distorsionados. Es probable que sea uno de los peajes a pagar. No obstante, también parece indudable que es un coste que merece la pena a condición de que el mensaje no se quede recluido en una esquina del tablero político, sin incidencia, sin protagonismo, sin influencia y en definitiva, sin poder. Pero la pregunta sería, ¿qué voces están emergiendo? ¿qué legitimación ostentan para hablar en nombre del feminismo? ¿desde dónde se habla? ¿cuál es el objetivo? Nos encontramos en una coyuntura que permite afirmar que la proliferación de voces feministas no va de la mano de la construcción de un relato feminista autónomo. Sé que parece difícil enunciar dicha idea sin caer en aquello de “repartir carnets de feminista”, pero es igualmente difícil negar que gran parte de esas voces que dicen hablar en nombre del feminismo solo lo están instrumentalizando para la construcción de su marca personal en el mejor de los casos o para proyectos empresariales cuyos objetivos guardan escasa relación con la igualdad entre hombres y mujeres.
Cómo darle forma a estas críticas sin caer en la deslegitimación de algunas voces incipientes y con ellas del feminismo más mainstream es un problema de difícil solución. La escasa credibilidad que han construido los relatos feminista durante estos años penden de un hilo, y la fragilidad que les caracteriza acaba construyendo silencios incómodos en torno a discursos que hace años habríamos rechazado de plano. No es sororidad, más bien reconocimiento de nuestra propia debilidad lo que nos lleva a guardar un silencio doloroso que nos acaba enmudeciendo. Solo así se explica el continuo goteo de polémicas carente de profundidad e interés para el feminismo. Hace tiempo reflexioné sobre qué ser mujer trataba, en parte, de ser visible cuando se quiere ser invisible a la vez que ser consciente de que la voz propia se requiere cuando no place hablar y que se es silenciada cuando se quiere opinar. En definitiva, no ser dueña de una misma, al igual que hoy el feminismo tampoco es dueño ni de sus silencios ni de sus ruidos.
Si seguimos con detalle los debates que se generan durante una semana veremos que suele atravesar las posiciones de cada postura y como mínimo erigirse como argumento justificativo en algún que otro momento. Desde Eurovisión a OT, la mirada feminista atraviesa todos las polémicas. Resulta que esta en todos los discursos, pero al mismo tiempo el feminismo no está en ningún sitio. Solo así se explica que intelectualicemos hasta la extenuación una canción en nombre del análisis feminista, pero el recorte de la ley LGTBIQA+ y la ley Trans de la Comunidad de Madrid haya pasado desapercibido. Por no hablar de la quiebra moral que supone comentar un festival que atiende a la construcción en el imaginacio geopolítico de Israel como un país amigo. Son solo algunos ejemplos que explican entre otras cosas la relevancia desmedida que permea algunas diferencias internas (sin incluir aquí los discursos excluyentes) al mismo tiempo que no hay oportunidad para señalar el antifeminismo militante de Ayuso.
Hay por delante un reto mayor, el de ser dueñas de nuestro ruido, sí, pero también de nuestros silencios
No soy de las que piensa precisamente que sea perjudicial que el feminismo lo inunde todo, pero corremos el riesgo de que cuando queramos acudir a él nos sintamos como en la canción de Amaral cuando cantaba eso de que nadie puede guardar todo el agua del mar en un vaso de cristal. El debate primordial que vivimos no es sobre la inclusión de los hombres, la pedagogía, las formas u otros artefactos discursivos a servicio del partido de turno. Por el contrario, hay por delante un reto mayor, el de ser dueñas de nuestro ruido sí, pero también de nuestros silencios.
Fuente: Inés Morales Perrín en pikaramagazine.com